Dos artículos excepcionales


A ratos me tienta la idea de postear algo relacionado con los futuros de la literatura o la edición pero acá en Chile, país pequeño y de poca lectura, apenas alcanzamos a trenzarnos en discusiones absurdas y sin sentido real cuando tratamos de dar cuenta de los procesos de edición (para qué hablar de los de lectura y difusión). Mi desánimo es total pues, a falta de lectores que se interesen por estos temas, difícilmente uno puede hablar respecto a tecnologías, respecto a situaciones, respecto a modos de entender la literatura hoy en día. Formas, modos, que son absolutamente  desconocidas incluso -y acá viene la falta mayor- por los mismos actores principales de esta película. En términos editoriales todos pecamos de ingenuos creyendo que aún lo importante es el olor a tinta y que la literatura es el formato en que viene soportado, mientras afuera aparecen plataformas fantásticas que no hacen caso a nuestro desconocimiento y ganan lectores con la misma velocidad, pero inversa, a la que nosotros los vamos perdiendo. Estamos mestidos en un mundo que nos exige saber y estar al tanto de herramientas que evolucionan a velocidad crucero y que en realidad,  y por la propia extrañeza tecnológica que le provocan a tres o cuatro elefantes, terminan sonando a chino mandarín en los oídos de aquellos escritores y editores que aún se informan por radio a baterías de aquello que pasa más allá de sus narices.



Afortunadamente siempre la web trae consigo una marejada de cosas, de páginas, de información que al fin devuelven, si no la calma, la esperanza. Hoy luego de pasarme por OBIEI llegué por intermedio de su facebook hasta un interesante artículo publicado en Los futuros del libro bajo el título Loor al pequeño editor y que es el que me permito copiar más abajo. De él terminé en un artículo publicado por el diario  el País que se titula !Mueran los Heditores! y que está buenísimo.  




Bien, acá les dejo el primero de ellos y la invitación a que se pasen por el segundo y ojalá (esto lo digo para mis queridos amigos y compatriotas) que terminen quizá quién sabe dónde gracias a que al fin se animen a poner los ojos en posición de lectura y los dedos en ejercicio de click para que viajen, disfrutando del vértigo que trae consigo cualquier desplazamiento nuevo, hasta este nuevo mundo que ya de nuevo va teniendo cada vez menos y que se llama internet! (dejen de lado la libretita esa y la modorra).




abraZo

Ar.-L 


Acá el artículo:

Loor al pequeño editor


En el imprescindible Por cuenta propia. Leer y escribir, de Rafael Chirbes, dice el escritor respecto a la relación con los editores: “dejemos que cada escritor lleve adelante su carrera, un editor inteligente es el que sabe eso y, aunque con menos libertad que el escritor, porque una editorial es un negocio, mezcla en su catálogo la buena literatura que le dará beneficios con otra que, hélas, es sólo y nada menos que buena literatura, y trabaja a favor de su prestigio. A veces”, asegura, y estoy pensando en algunos de los que voy a enumerar a continuación, “se encuentra con uno de esos milagros que juntan las dos cosas, e imagino que eso lo anima a no desconfiar de sí mismo”.
Javier Santillán, el fundador de Gadir (Premio Nacional de la Edición en el 2009 y reciente premio de la Crítica de Castilla y León por uno de sus últimos libros editados), dejó el dinero por las letras, y aunque anda desmelenado por los pasillos de las ferias diciéndole a quien le quiera oir que lleva siete años sin vacaciones, lo cierto es que los lectores nos damos todos los meses un festión con su catálogo de fundamento mediterráneo, especiado con ciertas sutilezas orientales y algunas reciedumbres castellanas; José Pons, el fundador del sello Melusina, aparcó una prometedora carrera diplomática con estudios en Berkeley por la dudosa incertidumbre de una editorial que sostiene con el consentimiento de su director de sucursal bancaria y con el concurso de la legión de acérrimos lectores que conocen la excelencia y bizarría de su gusto; Manuel Pimentel es el único caso que recuerdo de político honesto, capaz de renunciar a un cargo por convicción y de refugiárse en su Córdoba natal para poner en pie un sello singular, Almuzara, trufado de manjares editoriales; Diego Moreno, el temerario fundador de Nórdica (premio Nacional de la Edición en el 2008), se adentra en los oscuros bosques del norte para traernos su mejor savia.
Podría seguir enumerando editores pequeños, arriesgados, osados, que ponen ilusión y esfuerzo todos los días en su trabajo y que hacen bueno lo que el portentoso y acerado Luigé Martín decía hace poco en ese árticulo que debe conservarse en todas las bibliografías editoriales, “Mueran los Heditores“: discutiendo sobre la pervivencia o no de la figura del editor en la era digital, donde supuestamente las intermediaciones desaparecerán en beneficio de la gestión autárquica, Luisgé dice: “los editores, además, editan los libros, si se me permite decirlo de un modo tan tautológico. Es decir, les aportan valor añadido: hacen sugerencias, corrigen deslices o erratas, proponen cambios, pulen el estilo… Los autores estamos absolutamente ensimismados en lo que hemos escrito y aquellos amigos a los que pedimos opinión no son capaces siempre, aunque lo intenten, de examinarnos con distancia, de modo que los editores son los únicos que pueden enfrentarse a la obra con competencia y desapego a la vez”. En el edén del ruido que es Internet, el editor, con su criterio y con su trabajo de pulido y recomendación, resulta insustituible. Además, dice Luisgé, refiriéndose a la supuesta avaricia del gremio, “yo he conocido a muchos editores preocupados sólo por llegar a final de año, por mantener puestos de trabajo y por poder editar libros arriesgados aunque su rentabilidad fuera dudosa. Claro que se han hecho algunas fortunas con la edición: ¿y qué? Pero lo peor es que los mismos que abominan del editor mercader nos aseguran sin empacho que una de las soluciones para que el autor tenga ingresos es introducir publicidad en el propio libro”.

La editorial Trama -uno de esos sellos sellos indispensables que dan altura intelectual y moral a un país-, dirigida por Manuel Ortuño (otro de los que seguramente ha postergado más altos vuelos para conformarse con amasar un catálogo), acaba de publicar Jérôme Lindon, mi editor, el sentido alegato de Jean Echenoz a la muerte del fundador de Minuit, la descripción de una relación tempestuosa y equívoca, ineludible y esencial, en todo caso, en el que dos espíritus ilustrados consiguen alcanzar el milagro de juntarse, como anhelaba Chirbes en el párrafo inicial.
Loor a los pequeños editores que luchan cada día por adecentar con sus libros el mundo que vivimos (y, cómo no, por intentar sobrevivir legítimamente del fruto de su esfuerzo).

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