Suicidio y resistencia en el país de las viejas locas



por Arturo LedeZma 
en la edición n°145 de El Ciudadano


Hace dos días una de las personas que más quiero en el mundo trató de matarse tomando pastillas. En este momento yo debería estar en su funeral, llorando, hecho pico, pero afortunadamente estoy escribiendo este artículo pal periódico y celebrando que escapó a la Barca de Caronte, como ella me lo dijo hoy día por el chat. De vez en cuando alguien se quiere morir en serio. Y cuando eso pasa y alguien decide quitarse la vida ocurre que al pobre suicida lo acusan de loco rematado, de irracional, de inconsciente, mientras las mismas viejas que lo acusan se meten fluoxetina, clonazepam, bromazepam y se hacen friegas con agua bendita al mismo tiempo que ven el horóscopo en la tele que les llena la cabeza de mierda y las mata, voluntariamente, de igual manera. Viven en el país policromático de Alicia, higienizadas con esa normalidad que a mí me da asco, completamente apartadas del mundo, conectadas únicamente a través de la televisión con sus noticias y sus vicios, y se arrellanan en la cama mientras critican duramente a la juventud que se toma un copete o se fuma un pito porque señalan que eso del vicio te mata la salud y te enloquece. A ver, calmao. Yo me tomo un copete y me junto con amigos, converso, culeo, invento weas, escribo. Mientras tanto mi tía, por ejemplo, que se la pasa tomando bromazepam desde hace veinte años repite todos los días la misma mierdera rutina de siempre: Se levanta, toma la pastilla, dice que se siente bien, sale a comprar, cocina, no culea, ve tele y se acuesta. No sale a pasear y ojo, que si a la vieja se le acaba la pastilla anda con cara de demente, se le para el pelo, se pone Chuky, le da el “soponcio” y se le aprieta el pecho porque se transforma en lo que realmente es: una adicta de mierda. Entonces hay que llevarla a la doctora quien, sin mirarla porque la conoce, le renueva la receta y mi tía de inmediato recupera el color y vuelve a su casa a no perderse el capítulo de la teleserie o la copucha de Primer Plano. Sigue en su rutina de toda la vida y el escenario se le repite tal como se repite el fondo de los monos animados cuando corren. Tía-hámster jura de guata que un día va a llegar a alguna parte si sigue andando pa adelante y eso no pasa nunca. Pienso que, a mi juicio, repetir esa vida de mierda por 20 años hasta que te lleve la muerte es estar loco, pero no, el loco es uno que tiene una vida aparte y es loco antisocial porque no cacha quién chucha es Junior Playboy. (Viejas culiás dementes se la pasan viendo tele y quieren que uno haga lo mismo)

Ayer fui a la feria a comprar verduras y escuché que un feriano decía: “estas viejas preguntan tanto y no compran nada porque en la casa no tienen con quien hablar”. Buen punto don feriano, pensé. La gente está sola. Vive y se muere sola ahí metida en su rutina ronca. Y ahí viene eso de pensar entonces en la soledad trágica de quien vive de cabeza en la práctica repetitiva del día a día. Es el Tedio!, diría Baudelaire. Claro, el Tedio, lo que te pone a ver la tele, a comprar LUN, y que te predispone a romper en emoción con la guagua de la realeza y que te motiva a comprar pollos asados con coca cola y toallas horribles con la cara de Felipe Camiroaga. Engordar y estar solo, es todo lo que te queda. Que imbecilidad todo esto, es cierto, pero fíjate que es lo que consume gustoso y a dos manos el Chentro Chochial (puntos suspensivos) Si alguien me dijera que esa va a ser mi vida te juro que me dan ganas de matarme, de pegarme un tiro, de romperme a mordiscos el cuello y entonces, en ese caso, también estoy loco y repito el círculo. Bah, que lata.

Vuelvo al principio y pienso en mi amiga metiéndose pastillas. Tomando una a una las píldoras con que su mamá toma para ser normal y que ahora ella se las robó precisamente para quitarse la vida y dejar de ser normal porque la normalidad la está matando. No pudo más con cumplirle al ideal del resto y tampoco pudo con el cronómetro dramático de la adultez. El metro, la micro, las cuentas, el programa de juegos en que uno perdería al tiro, la mala educación, el presidente! Todo eso por un lado y por el otro esa intimidad acicalada por los ansiolíticos. Las farmacias al fondo como catedrales. Y el ojo rojo abierto todo el día a cada hora mirándonos. El ojo del control policial, del sapeo, de Emilio Sutherland con su impostura elegante y maletera (combo en el ojo pa él), el ojo callejero de los sapos de las micros, de las cámaras de seguridad, el ojo al sueldo y las tarjetas de crédito. El reojo, la suspicacia, la desconfianza y el blufeo familiar que te mira cuático. A eso súmale las otras cien cosas que te ponen nervioso porque te están cagando en silencio o controlando: las semillas asesinas de Monsanto, el cultivo ilegal y la paranoia de tener una mata en el balcón porque cualquier día la vecina lo nota y cagaste porque se las va a dar de reportera ciudadana y te vay preso y por vos nadie va a decir #todossomosmanuellagos, porque valís callampa. Estamos bombardeados por información errónea y nunca sabemos qué es lo que nos hace bien o nos hace mal. Alguien te dice primero que es malo comerte las uñas y luego que no deberías comer espinaca porque es transgénica y alguien menciona de lejos lo del componente adictivo de la cocacola, y el glucamato, y el acceso limitado a internet (entonces ya estay completamente superado por la vida, no sabís que hacer, te querís puro arrancar pero pa dónde). Control, control y más control en la ciudad (tomo aire, respiro) y en este momento Foucault se está cagando de la risa en su tumba y me dice, Te lo dije weon, te lo dije. Claro, lo sé, le diría al pelao Foucault, pero ¿qué hago sino resistir? ¿Qué hacemos sino resistir o caer vencidos, aplanados, chatos sobre la cama al final del día porque la ciudad te mata de a poco y uno la elige para vivir y entonces elige también morirse dentro de ella porque insisto, la ciudad te mata? 

Una vez un amigo, el Darío Prieto, me dijo que la televisión y las noticias hacen que la gente encuentre como único lugar citadino posible de tranquilidad al Mall. Y claro que sí, porque la calle es peligrosa, te roban, estás indefenso, te pueden asesinar, mientras que en el mall todo es climatizado, armónico, seguro, democrático y se paga con la tarjeta que sea y si no te alcanza sacas otra tarjeta y listo. En el mall hasta la vieja chuñuzca de la Carolina Arregui se ve joven porque todo está bien, ahí todo es felicidad aunque las pobres guatonas luchen por meterse una blusa Zara que les queda como el pico porque la Javiera Díaz de Valdés la tiene puesta en la foto y se quieren ver como ella aunque jamás se van a ver como ella. En el mall también venden muchas pastillas, claro, las mismas con que se quiso matar mi querida amiga. Voy cerrando este artículo y estoy feliz porque no se murió y también porque ya no volverá a ser la misma neurótica de antes gracias a ello. Quizá no es tan malo casi-morirse. Hay una segunda oportunidad luego del intento fallido de suicidio que viene bien. Un renacer, le llamarían los siúticos, yo le llamaría algo así como un “desaweonamiento” social que de repente sirve porque te deja en cero, sano y salvo de tanta neura y tanta normalidad. Con ganas de tomarte una chela y botar el celu. Más mejor y menos longy.



diseño y fotos: Arturo LedeZma

Comentarios

Entradas populares