Amor, locura y muerte: edición de lujo / Patogallina style



Los covers, a mi juicio, son en un 50% pésimos y en un 50% brillantes, es decir, un cara y sello. Anoche fui a ver la obra Amor, locura y muerte: tres cuentos de Horacio Quiroga del colectivo La Patogallina y fue una experiencia maravillosa ya que en lugar de caer en un remix burdo o, peor aún, en una lectura dramatizada de Quiroga, hicieron un trabajo impecable, colorido, agudo y dulce con las historias del gran escritor Uruguayo, uno de los más influyentes en la narrativa hispanoamericana (difícil tarea).

La obra se construye con tres cuentos del conocidísimo libro Cuentos de amor, locura y muerte. Abre con El almohadón de plumas, luego viene El infierno artificial y finaliza con La meningitis y su sombra. El primer detalle llamativo de la propuesta es que incluyeron El infierno artificial, que sólo apareció en la primera edición del libro y que es un cuento en el que se relata la historia de un sepulturero adicto al cloroformo que establece un diálogo con un cadáver que murió por consumir cocaína y que revisita su proceso de muerte junto al sepulturero (suena raro, lo sé). Pero esto le da un plus a la obra, ya que entrega un refresco inesperado para quienes no conocen el cuento e incluso para los lectores más fervientes de Quiroga que, quizá por primera vez, pueden ver dramatizada esta tremenda historia.

Partí este comentario hablando de los covers. Y lo hice porque cuando se toma un texto de forma literal, como en el caso de esta puesta en escena, puede caerse en un cliché e incluso en un abuso de citas o guiños innecesarios o, peor, puede caerse en el rescate a contrapelo y hasta en el homenaje. Pero acá vemos un guión muy amable con el público, que en todo momento va sumando elementos de una manera tan simple que se puede pasar sin dificultad de la risa a la seriedad sin perder el ritmo. El aplauso final de este montaje nace precisamente en esa cohesión de elementos, porque toma un autor bastante conocido y lo pone en ejercicio nuevamente con una apuesta que es sencilla, rápida, amigable y sin pretensiones estéticas innecesarias.

Las actuaciones de Paola MuñozSandra Figueroa Francisco Ramírez Murdoch son una trenza bien hecha. Los tres arman los personajes, las escenas e incluso el clima general de la sala de una manera tan natural que hasta se maquillan frente al público en los intermedios y con ello le dan un ritmo a la obra que, lejos de romperse, se acrecienta. Figueroa y Muñoz tienen la virtud de encarnar personajes múltiples con elasticidad, Ramírez Murdoch por su parte es un eje que en todo momento funciona y le entrega humor, habilidad y dramatismo a las historias hasta desde el clown. Más que un elenco vemos a un equipo que juega con habilidad la labor de hacer bien su trabajo.

Patogallina Style

El colectivo La Patogallina, que hace unas semanas llenó Matucana 100 con la retrospectiva de celebración de sus 18 años de vida, da cuenta en este montaje que tiene una marca registrada que ha sabido perfeccionar para entregar una paleta de colores bien definidos. Actuaciones siempre muy amables, acompañadas de un trabajo de musicalización compenetrada con las obras y con un vestuario muy bien elaborado, hacen una mezcla que aporta con llevar más gente al teatro. Todos estos elementos dan un sello de identidad que uno reconoce y agradece porque en esos detalles es donde el público se queda prendido al trabajo de esta compañía que muestra buena salud y anuncia un camino que sigue dando sorpresas y se proyecta como uno de los espacios creativos y colectivos más interesantes y, ojalá, exportables de Chile.

Si quieren ver una buena obra vayan a verla, se las recomiendo. Si les gusta Quiroga y han leído desde el colegio los cuentos entonces no tengan duda. Lo que van a encontrar es mejor de lo que supone uno antes de llegar y es grato ir al teatro para salir contento de él. Una obra segura como sandía calada.

escrito en El Dínamo

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