Amor, ternura y pasión en Química y Nicotina (o el morbo de los giles)



Terrorise, Threaten and Insult Your Own Useless Generation
Malcolm McLaren

Escribir por encargo o por obligación casi siempre me resulta complejo. Sin embargo cuando un día, mientras tomaba una cerveza en mi casa y vi que se estaba por lanzar el libro Química y Nicotina, sentí la obligación de hablar del libro. El encargo de escritura me lo hacía yo mismo. Una obligación autoimpuesta, claro, pero inevitable. Una pulsión de esas que aparecen de repente y que no son más que un grato prejuicio personal. No sé por qué me pasó eso, ya que no sabía nada del libro en ese momento, sin embargo podía intuir algo en él. ¿Morbo quizá? Quiero pensar que no. Solo intuición. Porque en los libros hay mucho de intuición y, si bien la creencia popular dice que no se puede juzgar un libro por la portada, cuando ves a dos escritores abrazados en la carátula de su libro, puedes tomarte la libertad de pasar por alto esa regla y juzgar, incluso apostar, algunas cosas. Había que descubrirlo.
A Maori Pérez lo conozco personalmente desde hace años. Quiero pensar que somos amigos porque le tengo un cariño enorme, aún cuando sé que yo no soy un buen amigo con él porque no nos juntamos regularmente y creo que no lo saludé para su cumpleaños, sin embargo lo veo casi todos los días en Facebook y a veces hablemos por chat. A María José Viera-Gallo solamente la conocía por lo que los amigos escritores, el Google y las estanterías de la biblioteca dicen de ella. Desde ese punto, el de conocerlos a medias a ellos como pareja, me pareció que al menos desde mi parte cumplía con un cincuenta por ciento de objetividad a la hora de enfrentarlos, y el otro cincuenta por ciento era de una subjetividad que me acomodaba para que no se dijera que estoy escribiendo únicamente para dar cuenta que conozco gente interesante.
No estaba yo en plan de hacerle una apología a mi amigo Maori, ni tampoco en condición de criticar o descubrir lo indescifrable de sus relaciones amorosas con tal de hacerme un espacio entre los críticos literarios a los que miro con sospecha desde siempre. No quiero ser crítico de nada, aun cuando coincido con Nick en que los críticos deberían chuparla siempre o quedarse callados. Pero yo quiero hablar. Entonces, motivado por ese deseo arrogante de escribir de algo que me gusta, propuse a mi editor hacer la crónica del libro. Tratar de entrar en sus páginas como lector y como voyeur. Leer como se debe leer cualquier libro, con naturalidad, con expectación y con el morbo natural que despierta una historia de amor. A mi editor le pareció perfecto. Punto.
(…) un buen crítico no tira flores, un crítico experto la chupa, la chupa con su corazón y sus sesos y su bajo vientre día y noche y mañana y tarde (no está demás decirlo: al alba la chupa), una buena crítica es un cunnilingus estanilista, un arte de formar nubes imperdonable, porque no se vivirá experiencia más profunda y eso es también lo irremplazable de la obra irremplazable admirada, dado que una buena crítica es una experiencia de goce mutuo y uno diría que sobre todo del que la langüetea. Nick. Página 93
Entonces, sin aires de crítico (y no por miedo a chuparla), ni de periodista, ni de ninguna otra cosa más que de lector y punto, concerté la reunión con tintes de entrevista para un sábado. Quedé de verme con los autores en casa de María José que es precisamente donde ocurre gran parte de Química y Nicotina. Y sentí un vértigo gracioso, ya que si bien mil veces podemos meternos en la cabeza de los autores a punta de preguntas o de insinuaciones estéticas, pocas veces podemos pasar por sobre ellos y entrar directamente a los escenarios donde ocurre la novela. Escenarios mentales míos. Quizá reales o no. Pero escenarios al fin. Y con la misma felicidad que habrá de sentir un voyeurista que puede meterse por la ventana de la vecina a la cual ha visto en secreto cambiarse de ropa o cantar frente al espejo yo puse una escalera entre los personajes y la vida misma con el fin de trepar hacia ellos.
quimica y nicotina
Química y Nicotina. Abro el libro. Estoy en mi casa en Valparaíso. Faltan 48 horas para que me reúna con Kim y Nick. Hasta ese momento mi única esperanza es que, al terminar de leer, aún me queden ganas de subirme hasta la ventana y entrar sin que nadie lo note, para mirar en primer plano el mundo privado de Nick y Kim, de María José y de Maori, con la intención de comprobar si es cierto eso de que la realidad supera a la ficción y viceversa. El libro me agarra. No puedo dejar de leerlo hasta el final de un tirón. Quizá lo leo rápido por el apremio del viaje a casa de los autores, aunque en realidad es porque me gustó mucho y de esas lecturas uno no se salva porque a veces hay libros que no dan tregua.
Terminé de leer exactamente seis horas antes de la entrevista. Me fui al rodoviario para tomar el bus de camino a Santiago. Sin embargo persistía aún esa sensación que provocan algunos libros los que, al terminar de leerlos, hacen que permanezca en tu cabeza la percepción de que aún estás dentro del libro; de que sigues dando vueltas por los paisajes que has creado al leer. Ese ámbito mental en el que no logras desprenderte aún de las imágenes, de los escenarios, de los espacios, de las emociones y rituales internos del texto. Entonces, mientras viajaba en el bus, luego en el metro línea 4, tenía el pronóstico de que al llegar a la estación donde debía bajarme, perfectamente algunos aspectos del libro podían estar ahí esperándome. La bicicleta de los personajes apoyadas en los asientos del andén a la salida del vagón, una cajetilla de Phillip Morris arrugada en la escalera, e incluso tuve la sensación de que esa misma tarde la estación podría haber cambiado de nombre y en lugar de llamarse Simón Bolivar se llamaría ni más ni menos que Química y Nicotina.
Para sumarle puntos a esta idea de lector metido en el texto -y debido a que era imposible volver a Valparaíso ese mismo día- quedé de alojar en casa de sus protagonistas, es decir, debía dormir dentro del libro. Por lo tanto no sería sino hasta el día siguiente cuando conocería la verdad respecto de si la ficción era tan cruel como para provocarme una desilusión literaria (a veces ocurre) al hablar con los autores o, simplemente, yo estaba ingresando de “a deveritas”, como diría el Chavo, en una casa nacida de la literatura y saldría feliz y contento por la experiencia que a esas alturas ya sería una profecía autocumplida. Entrar materialmente al libro. Algo así como alojar dentro de una casa metida en una burbuja de cristal en la que, si la agitas, llueve en lugar de nevar.
Llegué a la estación de Metro que efectivamente ya no se llamaba Simón Bolivar y ahora tenía por nombre Química y Nicotina. Salí. Caminé por Avenida Ossa y di con la dirección de la casa de ambos. En la puerta me esperaba Maori, o quizá era Nick. Detrás suyo estaba María José, o quizá era Kim. Daba lo mismo. Me recibieron cariñosamente y una vez adentro salimos al patio para poder conversar, beber y quemar decenas de los Phillip Morris que Nick y yo fumamos sin vergüenza y al hilo uno tras otro. Encendí la grabadora. Rec. Bebí cerveza. Empezamos a conversar.
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Exterior/Noche/Primera parte
Mi antecedente (entre comillas) “periodístico” del libro eran un par de entrevistas que han aparecido en algunos medios impresos, o digitales, y en alguna que otra radio. De aquellas entrevistas noté que en general eran un poco temerosas y que solo hablan del morbo (genital) que provoca el libro. También leí otras, las más torpes como la de Revista Paula, donde una periodista reparaba en cosas poco interesantes como el color de los dientes de ambos. Esto último me resultó un gesto tan inverosímil dentro de una entrevista que no supe si se trataba de un error de principiante, de un editor de vacaciones, o simplemente de una escritura sardónica, aunque más que sardónica, me pareció clasista. Yo no quería cometer ese error, preferiría darme un tiro en el pubis. Por eso lo primero que les pregunté fue sobre la reacción que había tenido la prensa respecto del libro. Argumenté con el hecho de que me llamó la atención el morbo quinceañero con que los medios hablaban, con un pudor virginal color princesa, respecto de dos personas heterosexuales que escribían sobre sexo. (Ironizo al respecto: ¡Guau, un hombre y una mujer teniendo sexo! Breaking news… Pulitzer para la niña).
Tal como si estuviéramos en el siglo quince; tal como si los periodistas no supieran que dos personas que se aman tienden a juntar sus genitales por placer o se los lamen con fruición, los medios hablaban del morbo que provoca el libro. Al menos a mí, en la década del porno gratis, el morbo no me salta por los ojos y esas preguntas me resultan tontas e incómodas porque hacen perder tiempo al lector ya que son de plano estúpidas. Afortunadamente supe que, no lejos de lo que me imaginaba, a los autores les pasaba algo similar. Era de esperarse.
María José me responde: (respecto de la prensa) Yo creo que es bueno, a mí me gusta que los libros aparezcan en los medios. Ahora, hay que ver bajo qué discurso. Me parece bien que se hable de los libros en los medios, creo que es super bueno que se hable de libros en Radio Paula, por ejemplo, me parece un gol, que el libro llegue más allá de la frontera literaria, que atraviese esa frontera, sólo lo celebro, y estoy dispuesta a todo porque eso ocurra, porque en general se habla de otras cosas. Pero lo que me pasa es que a nivel de cuando ya estay en esa, creo que la conversación a veces se ha quedado un poco chica. Creo que la conversación literaria no ha despegado lo suficiente en torno al libro, y se quedan un poco en la anécdota del autor, de lo biográfico, del backstage. Y de lo que más llama la atención, que es como super evidente, como del “por qué él está contigo y por qué tú estás con él”, y no sé si los medios son capaces de hablar del libro de una manera en que a mí me gustaría, entrando más adentro del libro… pero de eso no sé de quién es la culpa, si de los medios, de nosotros mismos, de quién.
Mientras escribo esta crónica, al igual que cuando leí la reseñas de prensa, me da la sensación de que los periodistas que miraron con asco el choque de clases sociales son los mismos que lloraron con Titanic y nunca se cuestionaron si Leonardo Di Caprio se había bañado o no la noche en que se tiró a Rose, sin embargo por rubio y por Di Caprio, nadie cuestionó jamás en la película que la pituca se fuera a pegar una cacha con el flayte que dormía en una litera diez metros bajo el agua.
Sin embargo en nuestra sociedad chilena, donde todavía creemos que existe un “De plaza Italia para arriba y un; De plaza Italia para abajo” es impensable que un poeta que usa guantes sin dedos, que fuma cigarros económicos, y que viste una chaqueta que intuimos que no es para hacer trekking, se meta entre las piernas y las sábanas y el desayuno de la niña que sabe perfectamente lo que es una casa con antejardín, jardín y patio.
Somos pelotudos y prejuiciosos y clasistas. Eso lo sabemos de antemano. No voy a entrar en más detalles al respecto.
Aún así es bueno que se hable de libros aún cuando a veces se hable de manera… tosca, por decir lo menos. Tal como señala Maori: Es bakán que la literatura llegue a los lectores, cachay? Que haya un weon que te diga, ya sea por internet o en la calle, que leyó tu libro, que le gusta, o que recuerde tu nombre por último. Y esa lectura requiere de que haya un medio que te promocione o te legitime, entonces siempre es necesario que las grandes y pequeñas cadenas, que tienen su público, te apoyen para que tú también tengas tu público. Ahora, cómo ha filtrado el libro, yo creo que es una cosa que ha sido buena y mala al mismo tiempo, así como que no es un libro que tu poday decir que es tiránico en los medios, para nada, si tú querís opinar mal del libro podís hacerlo perfectamente y tenís detrás a LUN o weas así… no es necesario que opines bien o mal necesariamente, no es obligatorio. Pero es bueno que se opine.
Cunnilingus v/s el ramito de violetas
Para una sociedad como la nuestra es más fácil entender el amor desde el comercial de Nescafé que desde el dolor. Preferimos historias que aparentemente son normales, bellas, de gente atractiva, por sobre historias donde el mundo viva la sexualidad o el romanticismo como se vive en el mundo real.
Las viejas prefieren cantar “El ramito de Violetas” de Zalo Reyes, aún cuando es la historia más sádica del mundo, antes que conmoverse por dos personas que se aman a la salida de un hospital psiquiátrico y ven en la nostalgia del amor platónico un ungüento perfectamente apetecible, antes que luchar por un buen polvo en el estacionamiento de un mall.
Porque es fácil amar así. Sin riesgo. Es fácil conmoverse cuando el corazón no tiene posibilidad alguna de ser llamado a comparecer frente a un pelotón de fusilamiento en el que todas las balas están puestas y no hay tiro en falso. La gente le teme tanto al amor que prefiere amar de costado y no de frente, porque sabemos, los que hemos estado ahí mirando con amor y pasión los ojos de alguien que nos mira igual, el miedo que provoca esa mirada, y el pánico que se siente al saber que nada tiene más marcada la fecha de vencimiento que el amor que se plantea sin timón & en el delirio. El que diga lo contrario es porque ha visto muchas teleseries de Claudia Di Girólamo, pero de amor no entiende un cuerno.
Les dije a los autores que del libro lo que como lector lo que más me provocó sobresalto, e incluso pudor, no fueron las cachas o el semen. Sino las palabras de amor. Porque en una época como la que vivimos, hablar de intimidad es más difícil cuando se expone el corazón que cuando se expone la punta del pico.
Literariamente hoy es más sencillo y más ondero hacerse una selfie en el ano y ponerla en Instagram antes que confesar públicamente que a tu pareja le dices “cucharoncito” o “chimichurry”, por eso, cuando leía esas palabras en medio de las cartas me sonrojaba o me reía, porque me parecía más íntimo y más vulnerable decir ese tipo de pequeñas confesiones, básicamente porque son las que al final te muestran más débil y más permeable a cualquier mirada externa. Esa intimidad me pareció fascinante y le restaba dramatismo al hecho de que, dos párrafos más tarde, pudiera estar leyendo los detalles de una paja en el cine o la cantidad de orgasmos que salen bajo la falda de Kim en el living de la casa materna de Nick. Dicho en simple: me conmovió la ternura expuesta.
Al respecto María José me dice: Eso es lo que le llamó la atención a los argentinos, como lo Kitsch del libro, la cosa amorosa, como ser un poco Kitsch al momento de decir Te quiero, Te amo, Te echo de menos, los sobrenombres. El sexo no era tema, el choque de clases sociales o el tema de la locura y la normalidad que son como los temas siglo XX, como Foucault, Marx, paf ¡superados! Y lo que les llamaba la atención era justamente la ternura.
Sin embargo la relación de Kim y Nick pareciera ir más allá de una jugada literaria. Y nos empuja el mismo libro a creer en que el amor es más que la ficción que quepa dentro de la historia.
María José: Toda la gente nos ha hablado del enganche. Es súper entretenido hablar del amor y todo, pero también hay una cuestión de simbiosis literaria. Como que nos pasó con Maori, que cuando yo lo leí a él y nos conocimos, bueno los escritores se conocen, da lo mismo, podís pinchar, está lleno de escritores que se conocen y se acuestan una noche con otro y después nunca más se ven, o pololean y nunca más resulta, filo. Pero yo le dije a Maori, a ver, nos leímos mútuamente y hubo como un enganche, una Química literaria que no tenís pa qué explicarla. Yo leí Mutación y registro y luego Instrucciones para Moya y dije como, Uf, pasó. Y luego él leyó mi libro de cuentos, Cosas que nunca te dije, y los dos fue como bakán. Por eso dos personas llegan a escribir un libro también. Si no es tan así como escribámonos cartas de amor porque estamos enamorados. Nosotros somos escritores, somos exigentes. A veces te preguntan ¿Es verdad que se escribían? Pero si uno como escritor se comunica a través de la escritura, tal como un rockero te hace una canción. En la literatura es lo mismo, yo te escribo esto y tú me respondís con una carta, así como “Te hago una canción, me haces una canción”, es lo mismo. Y lo que ni siquiera nosotros podemos explicar es que funcione. Porque tampoco hicimos un gran esfuerzo como para que el libro existiera, nunca hicimos reuniones de pauta por ejemplo, y eso fue muy mágico.
Maori: A mí me gusta que un lector pueda acercarse al libro y decir estoy conociendo realmente a los autores, así como Bukowsky cachay? Como que es un gesto valiente esa wea, como el de decir “Esta es mi vida, esto es lo que realmente hago, esto es lo que me pasa. Y si voy a ser admirado, la raja; y si voy a ser vilipendiado, filo también”. Pero que te conozcan a ti.
Entonces yo cierro este párrafo con una reflexión que viene a cerrar el círculo de cómo entendemos en Chile, con el ChileanWay de por medio, libros o experiencias como QyN diciendo: De hecho a mí poco me importa, como lector, el llegar a saber si es cierto o no lo que leo. Pues como bien lo dijo Wilde, harto mejor que yo y por eso voy a usar una cita: Los únicos seres reales son los que nunca han existido, y si el novelista es bastante vil para copiar sus personajes de la vida, por lo menos debiera fingirnos que son creaciones suyas, en vez de jactarse de la copia. –Gracias Santo Wilde, siempre das una buena cuña para cerrar una idea.-
A propósito de ir cerrando ideas, y por si acaso quizá no se entienda el por qué pensé en el Ramito de violetas al iniciar esta parte del texto, aclaro: Fue porque esa canción es chula y romántica, o quizá porque es la típica dedicatoria musical, amorosa entre comillas, que el marido le regala del Wurlitzer a su mujer cuando la saca a pasear. Quién te escribía esas cartas dime niña quién era, dice la canción. Entonces pienso ¿Te imaginas qué hubiera dicho cualquier marido si las cartas de la canción hubieran sido las de Kim y Nick? ¿Qué diría un hombre, macho y todo eso, que le manda cartas perversas a su mujer y esta las lee en secreto mientras se toma un baño de tina metiéndose mano? Probablemente en una sociedad como la nuestra el marido le saca los ojos con una cuchara por maraca antes de confesarle su amor eterno. Sin embargo Nick y Kim se dan a la tarea de entregarse personalmente y sin intermediarios esas cartas escritas con los dedos perfumados por el sudor y la ternura del otro, y también con el olor metálico que tiene esa valentía ronca de la separación y la honestidad que duele como puñalada en el hombro.
QYN fue un experimento literario. Queríamos recuperar la plasticidad literaria, hacer una narración rizomática, de múltiples sentidos, un pastiche entre ficción y no ficción, escrito a dos voces. Romper la distancia narrativa y escribirlo en tiempo real. No procesar la narración, dejarla correr (es decir llevar la literatura a la práctica de lo instantáneo), liberar al pajarito de su jaula como dice Maori. M.J.V-G
En algún momento mientras leía el libro recordé a Kafka. Sus cartas odiosamente enamoradas a Milena. Sus deterioros mentales puestos como chocolates derretidos sobre la almohada. ¿Las recuerdas?
Cito textual: La facilidad de escribir cartas tiene que haber traído al mundo -considerado desde un punto de vista exclusivamente teórico- una terrible perturbación de las almas. Porque es una relación con fantasmas -y no solo con el fantasma del destinatario, sino también con el propio- la que se va gestando bajo la mano que escribe, en esa carta y, más aún, en una serie de cartas de las cuales una corrobora a la otra y puede apelar a ella como testigo. (Franz Kafka, Cartas a Milena)
Yo veo en las cartas de Química y Nicotina los fantasmas de ambos. Las apariciones. El Modecate. Las palabras al oído. Los espectros al oído. Los besos en el cuello. El miedo. Las noches de insomnio que hacen aparecer lugares comunes llenos de sombras y de adioses terroríficos. Y pienso en Kafka. Y pienso en Maori, o en María José, o en los lectores que no quieren por nada del mundo someterse al perjuicio de un amor con la exposición mediática de un libro.
Entonces veo el valor. Ese valor romántico, muy lejos del porno de Internet, pero sí muy hiperconectado. Ese amor gritón y vulnerable que tenemos hoy día los que decimos Te quieroen un muro de Facebook; o que subimos fotos románticas que algún día, cuando quizá ya no estemos juntos, las redes sociales se darán a la tarea de recordarnos que “un día como hoy, pero hace dos años” fuiste feliz y lo dijiste al mundo.
Pienso en el miedo que puede provocar eso. Ese miedo inevitable de que Facebook tome un amor pasado y te lo recuerde diciéndote en el secreto lenguaje de las alertas diarias “Mira lo feliz que fuiste, ¿Puedes decirlo ahora, gil?”.
Personalmente: me cago de miedo cuando pienso en estas cosas del desamor escrito en las redes sociales, tal como si talláramos un corazón en todos los árboles por los que transitamos a diario y tuviéramos que verlos para siempre.
Pero aún así me arriesgo, como Nick, como Kim. Y si bien sé perfectamente que hay quienes prefieren no decir nada de sus vidas, llevar sus vidas con recato, y no dejar registro de un beso en instagram, ni mucho menos decir Te amo en un libro, confieso y sé que hay que tener cojones para elegir la exposición y el vértigo. Hay que tener bolas, ovarios y otros genitales más, para quererse en estos tiempos de manera expuesta. Sobre todo, como en el caso de Química y Nicotina, que es la experiencia que eligieron sus autores para amarse también metidos en las sábanas de un libro que no se puede borrar. Y eso se aplaude.
El miedo a la distancia, el desamor como expectativa
Percibo el libro como muestra representativa de una relación que me fue emocionando paulatinamente. Raro decir que me emocionó un libro que seguramente peca de hacernos caer en la trampa de sugerirnos que es en sí mismo un acto de voyerismo para lectores que buscan confesiones calentonas y nada más. Y si bien confieso que en algún pasaje sentí ese vértigo de la caída que tiene cualquier voyerista que se trepa en la vida de alguien, seguí mirando.
Pienso en el desamor porque a veces, en esta sociedad de narrativas predecibles, pareciera que no podemos imaginar una relación sin el final perlado por las lágrimas de uno u otro.
También pienso en la despedida como única solución posible a que un amor sea completamente literario ante los ojos snob de un lector de futón -desde la obviedad y el cliché, por supuesto-.
Sin embargo durante el libro Nick y Kim a cada rato se encontraban, se alejaban, se repelían y se volvían a juntar de forma aleatoria dentro de un amor que bien tiene la calidez tonal de una canción de radio AM, pero tal como imanes que pones a rodar sobre una mesa para ver cómo reaccionan, ellos se trenzan en esa competencia de empujar y soltar que pocas veces escucharíamos sino en un tango, y entonces provocaban en mí un vértigo emocionante.
A ratos los autores y los personajes van y vienen con la brutalidad amatoria de un Fight Club íntimo donde Marla Singer cruza la calle tomada de la mano de los dos hombres que habitan en uno.
En otros momentos Kim y Nick se desplazan por los capítulos de la novela con la ternura adolescente salida de algún poema mamón de Benedetti. Como ese en el que dice: “Todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo / y eso en verdad no es nada extraordinario / vos lo sabés tan objetivamente como yo. Sin embargo hay algo que quisiera aclararte / cuando digo todas las parcelas / no me refiero sólo a esto de ahora / a esto de esperarte y aleluya encontrarte / y carajo perderte / y volverte a encontrar / y ojalá nada más… como ves es más grave / muchísimo más grave / porque con estas o con otras palabras / quiero decir que no sos tan sólo / la querida muchacha que sos / sino también las espléndidas / o cautelosas mujeres que quise o quiero”.
Y así, pacto y separación de una misma acción, el amor y el desamor pasan violentamente por las páginas del Química y Nicotina mientras uno como espectador, ahí sentado y leyendo, no se imagina si la ficción puede o debe ser completamente moderna hasta hacerlos desaparecer a ambos de un golpe final o, a contrapelo de lo que dictan las novelitas de moda, los personajes o los autores se darán el gusto de dejarnos con las ganas de verlos fracasar y terminarán tomados de la mano mirando de espaldas a la cámara mientras el mundo afuera se cae a pedazos.
¿Será acaso que el morbo más grande no es lo relacionado con el sexo sino más bien lo de mirar adentro de la intimidad de un otro? La expectación de la derrota acaso no es más graciosa en nuestros días de Reality Shows, pienso. O será que no queremos creer que sea cierto. María José me comenta:
Es como si el discurso, ponte tú, del sexo en el libro ha despertado cierto morbo y eso me parece que es algo muy del siglo XX, no del siglo XXI, es decir, en las estanterías de no ficción de cualquier librería en el mundo, sobre todo en Estados Unidos que va muy rápido en la cosa literaria creo yo, jamás a un periodista se le ocurriría decirle al escritor de no ficción cosas como “¿Oye, de verdad tú viviste esto?” Creo que está demasiado “atrás” el medio que el libro, el libro va un poco más allá, y no solo nuestro libro sino en general creo que como este híbrido de ficción y no ficción recién está nuevo, no sé si los medios lo entienden y si la gente es capaz de absorberlo más allá del morbo que produce el autor. Entonces le falta cruzar eso. Pero nosotros sabíamos que igual el libro iba a provocar desconcierto, y filo. Yo creo que este libro leído en Estados Unidos es otro libro. Hay cosas en donde no habrían entrado los medios a preguntar ni a destacar, cachay? Cosas como “La burguesa que está con el proletario”, no debería ser un tema.
Llevábamos poco más de una hora de entrevista, de conversación, y llegaron amigos comunes, escritores todos, que estaban convidados a ir a casa de Mao y María José esa misma noche. Como obviamente el intruso era yo, dejamos la entrevista hasta ese minuto y quedamos de seguir a la mañana siguiente con un café y más Phillip Morris. Puse pausa y lo que vino luego fue conversar de literatura, de la vida de quienes estábamos en la mesa, de Netflix y de esas cosas que uno conversa un sábado por la noche. También hablamos bien y mal de algunos escritores, como corresponde, pero eso es parte del Off The Record.
Luego me fui a dormir. Estaba exhausto. Pero para mi sorpresa la habitación que habían destinado a mi alojamiento era precisamente otro escenario del libro. El segundo piso, que en la novela aparece siempre como La buhardilla. Por lo tanto, cuando llevaba un par de horas sin pensar en el libro, lo último que hice esa noche antes de caer en un sueño de piedra fue darme cuenta de que nuevamente estaba dentro de las páginas. Precisamente ahí, en ese espacio en que el amor, el desamor, los cigarros y el insomnio de Nick, habían sido los personajes secundarios del relato. Me sentí afortunado.
Paradógicamente, y sin importar si los muebles o el decorado coincidían perfectamente como los había imaginado en mi cabeza al leer, estaba otra vez dentro de la casa de Química y Nicotina. No como huésped de los autores, sino otra vez como invitado o como espectador fantasma del mundo de Kim y Nick.
Y con este pensamiento me quedé dormido: ¿Cuántas veces podemos visitar personalmente el interior una novela?
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Interior / Día / Segunda parte
El domingo me desperté muy temprano. Me despertaron los pájaros. Los mismos putos pájaros del libro. Cantaban fuerte o al menos mi resaca los amplificaba de manera sobrenatural. Yo miré a mi alrededor y vi la Buhardilla de Kim y Nick. Escuché los pájaros de Kim y Nick. Le di un vistazo a los libros que estaban por todas partes y me encontré con una antología donde aparece un cuento de Maori. Me dio risa.
Luego me acordé que, para mí, gran parte del libro ocurre con un tono de domingo por llover, como en la canción. Colores pálidos, tonos siempre derivados del gris, y una cobertura permanente de azul, como en la portada. Sin embargo durante el libro también hay una escueta primavera que a los personajes, tal como ocurre a los que no estamos cuerdos en absoluto, de alguna manera los entristece y empuja a ir cerrando vínculos.
Quizá porque la primavera es para los sanos. Para los que toman Ravotril.
La primavera es para la masturbación de quince años donde una teta, un pene, un beso, siempre son en tonos pastel, pero la primavera no es perfecta para el amor adulto y, menos aún, para el amor con puños apretados. Por mucho que haya flores y colores y minifaldas y polen y niños, la primavera definitivamente no es para los amores duros. Quizá por eso Rimbaud escribió esa memorable y grisácea línea que dice “La primavera trae consigo la espantosa sonrisa del idiota”.
Eso pensé esa mañana. Luego me levanté y bajé hasta que alguien se despertara y pudiéramos terminar con las dos preguntas que me quedaron en el aire.
Ya todos despiertos salimos al patio. Bebimos café. Más cigarros. Y hablamos de dos temas más sencillos que eran la maternidad y la locura.
De la maternidad me interesaba hablar porque me llamó la atención siempre durante la lectura del libro, que Kim jamás hiciera la perfomance de actuar como madre de Nick, ni que quisiera llevarlo “por el buen camino” ni nada de eso, menos aún salvarlo, sino lo contrario.
Y de la locura había que hablar porque me pasó algo particular con el libro, y es que cuando escuché por primera vez el nombre del libro “Química y Nicotina” pensé en que esas dos sustancias son las únicas que se permiten en las clínicas psiquiátricas. No copete, no comida, no marihuana, no tijeras ni fotos. Solo puedes llevarle a los pacientes todos los cigarros que quieras y las pastillas que pide el doctor. Por lo tanto, en mi imaginario primero del libro, había pensado en que el título era una metáfora -algo cruel quizá, pero sensual- de la reclusión. El amor como terapia, como recogimiento, como encierro, como sanación o como condena incluso. Y aún cuando el amor es visto como camisa de fuerza, como condena y como culpa, solo por quienes gustan de ser normales y correctos, me atreví a preguntar por si acaso.
Carabineros y la PDI seguirán torturando y violando pendejas; mis padres, insufribles, continuarán abusando de la confianza, y seremos únicamente los locos los que tendremos que afrontar el borde del abismo con cierta responsabilidad. Nick. Página 52.
Pregunto, o afirmo, que por lo general la mujer, sobre todo en las relaciones de pareja, cumple como un rol de mamá. Y les sugiero que en Química y Nicotina no sentí ese juego Madre-Hijo que se ve en las relaciones de algunas personas en un bar o en el metro. Convengamos que hay una dependencia mamona y materna por parte de muchos hombres respecto de sus parejas, algunos hasta les dicen “mamá”, cosa que me perturba freudianamente mal. María José me dice al respecto: Yo creo que igual hubo una construcción de los personajes sin que fuera forzoso y, en realidad, el libro partió como una imagen de nosotros como jugando TacaTaca, porque por allá hay un Tacataca (en el patio de María José), y desde ahí como que podemos pensar en que las relaciones amorosas son un juego de igual a igual, como el masculino-femenino, entonces en este libro ella saca su lado más punk, más masculina, como para luchar de igual a igual con él. Y en ese sentido es como bien poco chilena la figura de ella. Quizá en el comienzo de la relación, del libro, que es como el inicio de la quemadura, del amor, no está por eso presente esa instancia materna quizá, porque a lo mejor no está instalada esa relación como de matrimonio donde sí puede darse una dinámica más dependiente. Pero precisamente para nosotros el experimento funciona porque desde el comienzo de la historia es como una lucha, de Ying y Yang, es un gran Taca-Taca. Es como “Quién gana y quién sobrevive”, es una supervivencia, más de quién cuida al otro es como querer salvarse del otro, cachay? Es como decir “Este weón no, no me va a cagar”. Es una lucha entre dos personas súper rebeldes. Nick por ejemplo, siempre es como fan de ella, como que él la mira a ella como Fan, onda como haciendo una analogía con la Kim Gordon, por lo tanto no busca una maternidad sino que busca como una ídola.
No sé cómo decirte esto sin sonar trágica, pero me da miedo que termines como Hamlet…
Veo el árbol donde cuelgas. La Yuliyú ladrándote. Las grúas de la constructora martillando como si nada. Me veo recibiendo la noticia en el momento menos propicio, es decir, a cualquier hora, preguntándome por qué no te escribí esta carta u otra, como si de eso dependiera tu destino y las palabras tuvieran el poder de mantener pegados tus pies al suelo. Kim. Página 127
A propósito de la locura solo hablamos de mi idea de que la Química y la Nicotina me parecieron siempre un juego de hospital psiquiátrico. De elementos permitidos en la rehabilitación, o de instrumentos de autosanación. Y Kim me dice La novela juega todo el rato a como a tener capas. El título es ya super rizomático. Kim y Nick. Kim Gordon y Nick cave, el juego de ser rockeros, el simulacro. Y luego el juego de Química y Nicotina como el amor como algo tóxico.
Más que eso no me parece interesante hablar respecto de la locura. Porque en literatura de la locura se ha conversado y escrito tanto que reducir a estas alturas un libro o sus espacios a los escenarios mentales alejados de la normalidad del mall (¿normalidad del mall?) es una estupidez. Solo quiero entender la locura desde el amor o desde la ternura, y no desde la cantidad de veces que alguien escucha voces intrusas o se despierta con algún amigo lejano sentado a los pies de la cama.
Hay un temor de escribir sobre el amor, desde el amor, como que a los autores les da vergüenza mostrarse tanto en su faceta de viril quizá, y las minas como que igual. Ponte tú como un libro que nos acompañó fue un libro de las cartas de Flaubert y la George sand que ella también es más vieja, de hecho le dice Maestra, pero nunca consumaron (risas). Pero él es bakán porque Flaubert se muestra como súper débil, en sus escritos, pero ella lo tira pa arriba, y ella es súper maternal en realidad, ahí tenís una relación más maternal quizá. M.J.V-G
Luego de eso terminamos de conversar, de fumar, de tomar el café de la mañana y comenzamos a despedirnos. La experiencia de Química y Nicotina para mí va llegando a su fin.
Salimos de la casa, María José o Kim nos acompaña a la entrada y saca la basura que mete en un contenedor como el de las fotografías promocionales del libro. Con Maori nos vamos de camino a la Avenida Ossa. En el trayecto hablamos del Colo y de la U. Llegamos al Cine Hoyts donde un día Kim y Nick vieron alguna peli… En la esquina nos despedimos con un abrazo y quedamos de volver a vernos pronto, quizá cuando la suerte nos empate en un mismo punto o cuando la literatura nos vuelva a reunir. Quizá en el Facebook, como siempre, y así sencillamente y sin intertextos nos despedimos y caminamos en sentidos opuestos.
A poco de dar unos pasos miro hacia atrás y veo a Nick cruzando la calle. Tal como en el libro. Caminando quizá con qué pretexto o bajo algún contexto que solamente me permite ver a Nick, al del libro, y no a mi amigo Maori al que acabo de despedir. Vuelvo a pensar en las vueltas de la vida, en la literatura como experiencia, en la novela como fuera del cánon, y en las relaciones humanas que nos ponen un domingo en la mañana en cualquier parte del mundo, en este caso en una calle de Santiago de Chile que amanece tarde y cansada como si todos los que caminan a esa hora fueran personajes secundarios en la novela de alguien más.
Llego al metro. Sigue teniendo por nombre Química y Nicotina. Compro el boleto y espero a que pase el vagón. Las bicicletas mentales aún están ahí aparcadas en el andén. Yo saco el libro de mi mochila y veo las dedicatorias que los autores y sus personajes han dejado en la primera página. Aparece un metro y me subo. Siento que al fin, luego de casi tres días he terminado de leer esta novela transgénero que de seguro ha de sacar más de una pifia literaria clonada de un manual de estilo del siglo XIX que algún escritor pondrá en su solemne conversación de café, y también más de un susto a los personajes secundarios que aparecen como guiño o como vendetta. Me río.
Estoy de camino a casa para escribir estas líneas que al fin me dan la sensación de haber visto de forma privilegiada la lectura y el tránsito de dos autores que se volvieron personajes para darnos en bandeja una experiencia fenomenal de descorrer cortinajes y mirar el impúdico acontecimiento de dos personas relacionándose (y esto lo digo con ironía, por si no se entiende).
De vuelta en Valparaíso pienso en la serenidad tan lejana al rock que me provocaron sus autores. Pienso y repaso pasajes de nuestra conversación y siento la deliciosa y reconfortante satisfacción de haber comprobado que el prejuicio inicial por el cual quise escribir sobre ellos era precisamente y como me lo imaginaba. Pues lejos del morbo de los giles, y mucho más lejos de la pomposa narratividad que busca desesperadamente un premio o una reseña, en Química y Nicotina no hay más que una historia de amor contada con astucia, con certeza y con un valor inesperado que, a estas alturas, es lo que la convierte en una experiencia novedosa.
Esta es la última línea de la crónica. Cierro el libro.
Satisfecho y contento.

PD: Si quieren que les cuente una infidencia de lo que vi, está bien, morbosos, se las cuento. De todo lo que sale en el libro hay una sola cosa que quiero desclasificar, y que es completamente cierta y lejos de la ficción. Ambos escritores, al igual que los personajes, se aman y se les nota. El resto, como diría un autor de moda, es literatura… ¿o quizá no?. Eso es cosa tuya.

escrito para Intemperie

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