De las historias privadas de Dios, Vol 1 / La intimidad nuestra de cada día



Todas las familias felices se parecen entre sí;cada familia infeliz es infeliz a su maneraL. Tolstoi

Flavia Radrigán construye desde un punto de fuga que a veces obviamos: la intimidad. En la obra De las historias privadas de Dios, Vol 1 articula un relato a partir de la historia (verídica)de Alberto Cabrera Muñoz , conocido como El Criollito, y que fue uno de los últimos fusilados en nuestro país. El hecho ocurrió en el año 1955 tras el homicidio de un sastre al que El Criollito robó y mató. A partir de ese hecho Radrigán traza una ficción alucinante donde encarna en la (supuesta) novia que dejó y de la (supuesta) hija que ella esperaba en la fecha en que Cabrera murió. Me gusta mucho que se hable desde lo íntimo, porque a pesar de que la historia está basada en la ejecución de Alberto Cabrera la obra no se queda en el dato puntual sino que traza una historia de ficción que toca, de manera inteligente, temas que están presentes en la biografía privada de mucha gente.

La historia relata la vida de una mujer y la hija que tuvo con el Criollito que toda la obra está presente como un fantasma, un alma en pena, y como un muerto que se mete a cada rato en la vida de las dos mujeres. La mujer establece con él esa relación eterna de las madres solteras que quedaron adorando al tipo que un día vino y se fue. Por su parte la hija juega ese juego perverso de tratar de relacionarse con una imagen paterna que es por un lado ausente y, por otro, un fantasma que se inmiscuye desde una lógica autoritaria y casi paternal pero que es en definitiva una imagen distante (obviamente) de un tipo que apenas la conoce. La obra está acompañada y musicalizada en vivo, lo que permite que la experiencia sea aún más agradable ya que el sonido del tango (que incluso involucra a los actores) termina por colorear la historia del Criollito con los elementos tristones, callejeros, licoreados, que ofrecen una sensación redondita.
En la obra están esos elementos que habitan de la puerta para adentro. Y es que la vida de la gente común y corriente está llena de situaciones como estas a pesar de que supongamos que todas las familias son sacadas de un comercial de pañales. Hay mujeres que crían a sus hijos sin un tipo al lado. Existen niños que crecen sin la imagen paterna y que aprenden a sobrellevar la cantaleta que tienen todas las madres que educan un huacho. Y cuando digo huacho no lo digo en tono peyorativo, yo mismo soy un hijo de madre soltera (durante mi infancia se nos decìa “hijo natural”) sino que lo digo tal como lo piensa la mayor parte de la gente que ve en la situación de bastardía, aún en este tiempo, un signo distintivo de una clase mirada por encima del hombro porque vivimos en un mundo patriarcal en el que no cabe todavía en la cabeza que alguien nacido fuera de un matrimonio no sea al fin de cuentas un trocito de impostura. (viendo la obra pude ver gestos de mi mamá y míos cuando hablábamos de mi padre)
Cuando leí Anna Karenina me llamó la atención la primera línea que decía precisamente lo que puse en el epígrafe. “Todas las familias felices se parecen entre sí; cada familia infeliz es infeliz a su manera”. Esta frase de Tolstoi me hizo un eco doloroso y bello en su momento y ahora, que me senté a escribir este comentario, se me vino a la cabeza porque viendo la obra me pasó algo similar, como un toquecito en la cabeza, como el dolor que con el invierno denuncia que una fractura cicatrizó pero la huella en el hueso permanece ahí para siempre y siempre duele con el frío. Estando en la sala me metí en ese espacio tan privado, tan indoor, que pude agazaparme y permanecer en la obra como un espía o como un voyerista casual, y eso es algo que pocas puestas en escena logran con tanta delicadeza. Como experiencia puedo decir que Las historias privadas de Dios es tan acogedora y familiar que, a medida que avanza, se transforma en ese tipo de obras en las que parece que afuera siempre estuviera lloviendo porque logran un clima que es independiente de lo que ocurre fuera de la sala.

Otra cosa que me llamó la atención fue la escenografía que construye una habitación negra que dialoga desde una iluminación que va abriendo espacios y cerrando puertas. La sencillez y la oscuridad trabajan como un personaje más que pareciera decir que el interior de la intimidad no tiene decorados ni papeles con flores de colores porque es nada más que un espacio que contiene personajes y eso es todo. Muy a tono.

Flavia Radrigán reitera que es una excelente tejedora de historias. Trabaja muy limpiamente el texto. Retrata con un excelente filtro ese tipo de narraciones que se escapan por las ventanas cuando uno pasa por la calle y mira entre las cortinas.
Es maravilloso estar en presencia de un libreto que soporta de manera tan amigable la interpretación de los actores. Eso uno, como público, lo agradece y lo aplaude. En mi opinión la gran destreza de Flavia es que se nota que ella va por el mundo con la mirada puesta en los detalles, en las pequeñas variaciones del paisaje que son las que abren la puerta a las historias que están en cualquier parte, pero escondidas para el ojo de alguien que camina mirando el suelo. La propuesta escritural se acompaña de una muy certera dirección a cargo de Aldo Droguett que ejecuta con precisión un obra que a pesar de su complejidad termina por lucir limpia gracias a su trabajo.

La interpretación de los actores es un ejemplo de cohesión entre un buen guión y una compañía. Carmen Disa Gutiérrez lleva al personaje a una plenitud donde lo patético se vuelve incluso hermoso. Me imagino que debe ser muy difícil interpretar a una madre soltera de los años 50`s sin caer en los estereotipos del ridículo y, por el contrario, como en el caso de Disa, hacer que uno se enfrente con un tipo de feminidad tan presente en nuestra sociedad y a la vez tan duro como ha sido el cumplir con ese rol de mantener la fiesta en paz a pesar de que el mundo afuera se está yendo a la mierda hace años. Marcela Solervicens por su parte configura un personaje tan puro en su crudeza que conmueve al mismo tiempo que violenta. En ella uno reconoce esa pasión (en términos de padecimiento) que cualquier hijo desarrolla en algún momento de su vida (me incluyo) sobre la imagen parental y, sobre todo, sobre la imagen del padre ausente a quien se le aplica una culpa que siempre es y será una sentencia inconclusa porque jamás se hará presente para escupirle la cara o darle un beso de bienvenida. Pedro Vicuña, que da vida a la no-vida del Criollito, brilla con su acento argentino y su andar de loco mañoso, como nuestros abuelos, que se pasearon por el tango, la noche, el delito y la noche, con los zapatos impecables y con el corazón completamente sucio. Un acierto en toda la obra la interpretación de Vicuña que no hace más que confirmar que es un tremendo actor y que puede dar sentido a una historia como esta con una presencia tan varonil (en el buen y en el mal sentido de la palabra varonil).

Las historias privadas de Dios, volúmen 1 es una obra que recomiendo dos veces. Además de que el espacio Patricio Bunster de Matucana 100 es un lugar que permite que uno, como espectador, disfrute de montajes como este porque siempre levanta con sencillez relatos que requieren de esa precariedad tan bien pensada.
La intimidad es siempre una fotografía en la que alguien se parece mucho a nosotros aunque estemos de este otro lado. No se pierdan la oportunidad de ver cuantas intimidades puedan porque siempre es un ejercicio adorable y esta obra es francamente una pequeña joyita prestada.

escrito en El Dinamo

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